martes, 30 de abril de 2013

The Rolling Stones - "It's Only Rock 'n' Roll"


 Editado con algo más de un año de diferencia con respecto a su antecesor, se adivina en "It's Only Rock 'n' Roll" algo del componente transicional que presidía "Let It Bleed", piedra de toque de su más celebrado tríptico: Dónde uno confirmaba el alejamiento de Jones de la banda, éste sería el último elepé, quién lo diría, con Mick Taylor a bordo. Y, al igual que en aquella otra ocasión, el que terminaría por ser sustituto a tiempo completo tendría su participación parcial en la creación de la nueva obra. De una manera más notoria, en este caso.

 Y es que "It's Only Rock 'n' Roll (But I Like It)", -uno de sus cortes más celebrados, la frase que en buena medida epitomiza el sentir del aficionado al género-, por mucho que en los créditos ponga eso de "Inspired By Ronnie Wood", podría decirse que prácticamente es un tema del que fuera guitarrista de los Faces: Modelada por Wood a partir de una idea de Jagger durante las sesiones del debut solista de aquel ("I've Got My Own Album To Do"), The Rolling Stones la consiguieron para sí a través de oscuros cambalaches, cediéndole "Act Together" a cambio de la que sin duda es la pieza más recordada del redondo. Buen negocio, sin duda. Pero vayamos por partes.

 Cómo venía siendo costumbre, el album abre con un rotundo rock and roll cocinado a fuego lento, "If You Can't Rock Me", con una letra tan tópica como efectiva que da paso a "Ain't Too Proud To Beg", revisión del número de Whitfield/Holland que alcanzó gran popularidad en la voz de The Temptations, del que el grupo efectúa una relectura relativamente fiel a las costuras del original, añadiéndole algo de nervio guitarrero, eso sí, pero sin llegar a superar a los paladines de Motown.

 "It's Only Rock 'n' Roll (But I Like It)", ya lo decíamos, pasa por ser el tema más memorable de la tanda de canciones a la que da título. Velada crítica a una prensa musical a la que veían acoger sus últimos movimientos con indisimulada tibieza, posee un marchamo glammy y vacilón que lo emparenta con lo que andaban facturando T. Rex o con rodajas del momento como el "Diamond Dogs" de Bowie.

 "Till The Next Goodbye" está hecha de la misma madera que piezas pretéritas como "Wild Horses" o "Angie"; sensibilidad a flor de piel, preciosismo y acústicas en ristre que desembocan sin solución de continuidad en "Time Waits For No One", el corte de mayor minutaje del album, rico en dibujos guitarreros y con un sucinto toque funky, enigmático, sobrevolándolo.

 La segunda cara comienza a rodar a ritmo de rock and roll fresco e hipervitaminado. Ahí tenemos una de las joyas ocultas del trabajo, -"Luxury"- y el rock and roll cincuentero pasado de revoluciones -"Dance Little Sister"- para dar fe de ello.

 "If You Really Want To Be My Friend" retoma el flirteo que se venían trayendo con texturas de filiación funky/disco: Encantadora balada evocadora, al estilo de una, pongamos, "100 Years Ago", los coros de los Blue Angel -cuarteto vocal disco pop de cierta pujanza local- arropan a un Jagger en estado de gracia, del que casi podría decirse que ha encontrado su registro de madurez, esa que en lo sucesivo será la voz de los stones.

 El piano eminentemente honky tonk de Ian Stewart conduce "Short And Curlies", breve número bluesy de pocas pretensiones. Encajado entre dos temas de generosa extensión, procura cierto respiro al oyente antes de la grand finale, "Fingerprint File": Riffs entrecortados, wah wahs y un bajo zumbón ensamblan una suerte de hard rock funk cuya parte intermedia no habría desentonado entre la banda sonora de "Shaft" o alguna otra cinta blaxploitation.

 Sería pecar de reduccionismo, aunque no de faltar a la verdad strictu sensu, catalogar "It's Only Rock 'n' Roll" como el hermano menor de "Goats Head Soup": Comparte con éste su tamizada producción -que favorece a los desahogos funkies casi tanto como perjudica los momentos más afilados del redondo- y sus devaneos con sonidos disco, así como se intuye una cierta fórmula en los momentos más eléctricos del trabajo -ya se puede hablar de temas stonianos prototípicos-. Cómo elemento diferencial, sin embargo, se intuía una cierta falta de pretensiones, un back to basics espoleado por la inmediatez cuyo único objetivo parecía ser el de entregar un muy buen puñado de canciones: De ser así, misión cumplida.

jueves, 18 de abril de 2013

The Rolling Stones - "Goats Head Soup"


 Editado con algo más de un año de diferencia con respecto al magno "Exile On Main St.", "Goats Head Soup" señala, en cierto modo, el final de una era: Lo que en su anterior elepé era inmediatez e intuición aquí da paso a una producción más aseada y calculada; al country, rythm and blues y gospel que empapaba los surcos de aquel,  le gana terreno el funk y una cierta querencia por las cadencias jamaicanas que con el tiempo no harán otra cosa que ir en aumento. Asimismo, su proceso de creación presenció la deflagración de Jimmy Miller, aquel productor que hiciera equipo con la banda desde los días de "Beggars Banquet".

 Es precisamente la tan laureada trilogía que lo precede (o tetralogía, si nos remontamos al mentado "Beggars Banquet") el factor de juicio que más suele pesar a la hora de juzgar este trabajo así como alguno de los inmediatamente posteriores. Sí, las comparaciones, odiosas y, en ocasiones, innecesarias: Imposible regatear la valía de lo anteriormente facturado; inadmisible, dudar de la calidad intrínseca de la presente obra.

 "Dancing With Mr. D", rock and roll contenido y saturado, cuasi lascivo en su interpretación, abre el album a fuego lento, pero derrochando electricidad. De acuerdo, no es "Brown Sugar", ni mucho menos "Rocks Off", pero cumple su cometido de sobra.

 Tras la apertura, "100 Years Ago", procedente de los días de "Sticky Fingers". Todo evocación y magia ("Mary and I, we would sit upon a gate/Just gazing at some dragon in the sky/What tender says, we had no secrets hid away/Well it seemed about a hundred years ago"), el tema no disimula unas costuras disco que afloran en la parte intermedia, tras un delicioso puente gospel que termina por bordar uno de los highlights objetivos del álbum.

 "Coming Down Again" es, como se venía instaurando en buena parte de sus obras anteriores, el momento consagrado a mayor gloria de Keith Richards. Un piano da paso a un tema reposado, todo corazón, mecido por el savoir faire del guitarrista y culminado mediante la irrupción de los metales en su tramo final.

 Cambio radical de tercio en "Doo Doo Doo Doo Doo (Heartbreaker)", dónde The Rolling Stones se destapaban con lo más marcadamente funky que habían facturado hasta la fecha: riffs entrecortados bien cargados de wah-wah, las teclas de Billy Preston rezumando groove y un bajo zumbón cortesía de Keith, ya que la presencia de Bill Wyman a lo largo del redondo raya en lo testimonial, marcando el comienzo de un paulatino alejamiento de la banda, por espacio de décadas, que ya sabemos en qué acabaría.

 "Angie", al igual que "Time Is On My Side", "Satisfaction" o "Sympathy For The Devil", ha sido otro de esos números stonianos, sino el que más, capaces de penetrar en la cultura popular y alojarse en el imaginario colectivo; vicisitud que, cómo bien sabemos, puede acarrear consecuencias negativas -sobreexposición- a la hora de abordarlos con objetividad. (No tan) velada dedicatoria a Angela Bowie para casi todos, de Keith a su hija según la versión de Mick, nos encontramos ante una bien medida balada de tintes acústicos, algo así como una puesta al día, madurada, de aquella faceta de consumados compositores preciosistas que tanto rédito les dió en los 60's.

 La segunda cara abre retomando el pulso con uno de los rockandrolles más pulidos del redondo, "Silver Train" y volviéndose a encontrar con aquel blues que les dió todo en "Hide Your Love". Ambos cortes, si hubiesen contado con una producción más afilada, haciendo hincapié en lo deslavazado, podrían haber engrosado sin problemas el cancionero de "Exile On Main St."

 "Winter", pródiga en preciosos dibujos guitarreros y secciones de cuerda que nos traen a la memoria lo puesto en práctica en cortes como "Moonlight Mile", da paso a "Can You Hear The Music", que es con mucho la canción más extraña -por lo novedoso en su sonido- de cuántas componen el disco:  Nutrida de influencias jamaicanas (no en vano el album fue grabado en Kingston), abre una senda que con el tiempo ganará en hondura en el cancionero del grupo.

 Finalmente, clausurando el trabajo, "Star Star", número vacilón, ensamblado a la usanza de Chuck Berry y con un Jagger poseído aullando por recuperar los favores de una contumaz cazadora de celebrities, termina por poner un broche de los más marchoso y festivo a un album en el que predominaban con mucho las texturas opuestas.

 No era fácil la posición de "Goats Head Soup", desde luego: La del trabajo notable que sucede a la obra maestra, insuperable por defecto; La buena colección de canciones cuyo recuerdo queda paliado, salvo rara excepción, por el cegador brillo de su producción inmediatamente anterior. Con eso y con todo, y áun haciéndonos cargo de que su contenido no llega al nivel del de sus hermanos mayores, continúa mostrándonos a una banda en un envidiable estadio creativo, capaz de trabajar con una paleta musical cambiante y en constante expansión, reluctante a toda forma de estancamiento sónico y, lo más importante, obteniendo resultados reseñables.

jueves, 11 de abril de 2013

The Rolling Stones - "Exile On Main St."


 Resulta llamativo que The Rolling Stones fuesen una de las pocas bandas británicas que consiguieron sortear la ola de pretenciosidad que afectó a sus compañeros generacionales: Obras conceptuales, dípticos, operas rock, trípticos y alter egos parecían dominar la acción durante los primeros 70's dando lugar, por supuesto, a alguna que otra obra maestra, pero también a surcos y más surcos lastrados por una presuntuosidad algo forzada que chocaba frontalmente con los principios básicos del rock and roll.

 Digo esto porque "Exile On Main St." es, entre otras muchas cosas, lo más parecido a un album conceptual que jamás grabaron los stones y, a su vez, no podía estar más lejos de los ingredientes que suelen verse asociados a ese tipo de producciones.

 Facturado en un lapso de tiempo que abarcó casi dos años, a caballo entre la Costa Azul y Los Angeles; fruto de unas sesiones maratonianas en las que no existía concepción del espacio tiempo; nutrido por una pléyade de colaboradores que raya lo inabarcable, "Exile On Main St." pasa por ser la obra homérica de la banda: Un doble elepé de hechuras cuasi míticas, inmarescible, cuyas cuatro caras se ven atravesadas, he ahí el concepto, por todo el background que la banda había atesorado desde que, parecía una eternidad, empezasen a rodar.

 Podríamos hablar de rock and roll. Y de blues. De country, folk, garage, gospel, soul y rockabilly. Daríamos algunas pistas, pero no avanzaríamos casi nada. Todo ha sido moldeado, deconstruido, tras incontables jornadas de trabajo hasta crear un código nuevo, férreamente anclado en los géneros pero resistiéndose a mostrar sus mimbres.

 Pese a las formas clásicas, del fondo no se conocían precedentes: ¿Quién había hecho, hasta la fecha, algo cómo "Rocks Off"? rock and roll atómico, explosivo, fresco e inoxidable, al igual que su mixtura de rock de los 50's y maneras protopunks en "Rip This Joint". 

 Una sudorosa relectura de "Shake Your Hips" de Slim Harpo entronca con "Casino Boogie", humeante número blues de basamento abstracto que precedía al cierre de la primera de las cuatro caras -palabras mayores- "Tumbling Dice": Fresquísimo corte, lleno de groove y arropado por coros souleros.

  La segunda cara era la más marcadamente afecta a tesituras acústicas, como pone de relieve la inicial "Sweet Virginia", procedente de las sesiones de "Sticky Fingers" y que, al igual que "Dead Flowers"  en aquel, muestra hasta donde habían sido capaces de llevar su bagaje country; "Torn And Frayed" , turbulenta historia de problemas en gira, no sabemos hasta que punto autobiográfica, no hace sino confirmar ese extremo. "Sweet Black Angel", otro exquisito número acústico da paso a uno de los picos de intensidad objetivos del trabajo, "Loving Cup". Increíble lo del grupo aquí, la manera en que mixturan sus influencias, en que consiguen llegar al paroxismo (con un Jagger desgarrando sus cuerdas vocales) sin perder el toque de elegancia gospel que sobrevuela el tema.

 "Happy" potente número ensamblado casi en solitario por Keith Richards, todo energía y positividad, abre la tercera cara del album a base de rock and roll a carta cabal dando paso a un tramo más marcado por su manera de reinventar el blues, ya sea en su vertiente más anfetamínica ("Turd On The Run"), reposada ("Ventilator Blues") o aliñada con jungle music y coros soul (la jam "I Just Want To See His Face").

 Vuelve a perfilarse alargada la sombra del gospel (que revolotea en torno a alguno de los momentos definitivos de la obra) en "Let It Loose", donde la decadente villa de Nellcôte tomaba visos de convertirse, al menos por unos instantes, en una iglesia evangelista en fiesta de guardar.

 La cuarta y última cara abre fuego con "All Down The Line", rock and roll eminentemente stoniano, cuyos postulados habían quedado de sobra establecidos en su anterior rodaja; "Stop Breaking Down" (original de Robert Johnson) todo contención y chulería, conducida por serpenteantes riffs en Open-G cortesía de Mick Taylor precedía a una de las esquirlas más preciosas del elepé, "Shine A Light". 

 Procedente, al igual que otros highlights indiscutibles del redondo ("Loving Cup", "Let It Loose") de la honda impresión que causaron en Jagger sus primeras visitas a iglesias gospel del sur de los Estados Unidos en compañía de Billy Preston, estamos ante uno de los momentos definitivos de la producción de la banda, rebosante de una solemnidad y un feeling indescriptibles.

 "Soul Survivor", propulsada por colosales riffs y explosivos coros se encargaba de clausurar un album monumental, de dimensiones épicas, poseedor de una estatura y un fondo conceptual prácticamente inalcanzables.

 Es valioso el legado de "Exile On Main St.". No sólo por su valor musical intrínseco, prácticamente incalculable, sino por la enseñanza que su concepto encierra: Se podía llevar al rock and roll un paso más allá sin necesidad de recurrir a minutajes imposibles, intrincados elementos cohesionadores o resortes avant-garde; The Rolling Stones, en un proceso en apariencia menos pretencioso pero quién sabe si más arduo, llevaron su música al futuro mediante un proceso de alquimia de influencias, de buceo en sus raíces y de plena libertad creativa sin cortapisas que galvanizó en la creación de una de sus obras más celebradas. Nada más y nada menos.

jueves, 4 de abril de 2013

The Rolling Stones - "Sticky Fingers"


 No creo que sea exagerado afirmar que la primera obra stoniana de facto de los 70's, -su primer fogonazo en una década en la que los gigantes caminaron sobre la tierra; en la que tendrían que batirse el cobre contra toda una miríada de nombres y corrientes diversas que, decían, iban a enterrarlos; en la que empezarían a consolidar ese status de combo dinosaúrico que les acompaña hasta el día de hoy-  podría pasar por ser, si no su obra maestra, algo bastante parecido. Sólo la escucha de su inmediato sucesor puede disuadirnos  de esa percepción, que no desterrarla por completo.

 No pocas cosas habían azotado el seno de la banda en el interín que separa "Let It Bleed" de su continuación: Brian Jones abandonaba la banda y poco después hacía lo propio con este mundo; Mick Taylor se ponía en sus botas y pasaba a ser un stone a tiempo completo; la mística que sobrevoló el concierto en Hyde Park; la sordidez que empañó su comparecencia Altamont; la edición de uno de sus live albums más celebrados y, en fin, una larga ristra de cosas y casos que jalonaron su singladura durante algo más de un año, el tiempo que les llevó sumergirse en la creación de un nuevo trabajo.

 Son muchas, igualmente, las novedades que trajo "Sticky Fingers" consigo. La incorporación de Taylor añadía un plus de técnica y savoir faire que, sin desmerecer lo anterior, propulsó a la banda hacia nuevos paisajes sónicos. Haciéndola entroncar, diríamos, con un hard rock en clara tendencia ascendente, con querencia por la figura del guitar hero y el despliegue solista, si bien manteniendo sus señas de identidad intactas (No en vano los orígenes del nuevo fichaje eran idénticos al de otros nombres destacados del nuevo rock que se facturaba en las islas, caso de Eric Clapton o Peter Green); Keith Richards llevará a su culminación sus flirteos con las afinaciones abiertas, elevando al Open-G (o afinación en sol abierto) a su sonido de signatura, sinónimo de Rolling Stones en lo sucesivo; Jagger, asimismo, no se cortará a la hora de transgredir sus límites como songwriter y se atreverá a facturar canciones prácticamente en solitario e incluso a aportar algún riff.

 Todo eso y más podemos encontrarlo en "Brown Sugar", lúbrico número de apertura y quintaesencia del sonido stone, al menos del que ha dejado una impronta más profunda en el imaginario colectivo. El peso específico de esta turbia historia de sexo interracial, esclavitud y barbitúricos devendrá en incalculable para el sonido a practicar por la banda en lo sucesivo. "Sway", por su parte, es pura épica de callejón: Triste, desoladora historia en tonos sepia la que nos cuenta, totalmente desmentida, eso sí, por el poderío con el que la banda la pone en pie, con un Jagger cantando como nunca y un excelso solo de guitarra llevándola a término.

  "Wild Horses" es el primer volantazo del elepé hacia tesituras acústicas y, por obvio que resulte recordarlo, uno de sus clásicos impepinables. Para el momento de su edición ya había sido grabada por The Flying Burrito Brothers e incluida en su laureado LP "Burrito Deluxe", pero los stones pusieron distancia con respecto a la revisión del combo de Gram Parsons, restándole en preciosismo hilbilly así como en minutaje y dotándola de una mayor complejidad y atmósfera, entretejiendo acústicas de seis y doce cuerdas a mayor gloria de uno de los momentos más dulces del redondo.

 Contraste total el de "Can't You Hear Me Knocking" con su predecesora. Dónde una era remanso esta es desbocada explosión eléctrica que no se aviene a cortapisas de tipo alguno, como pone de manifiesto la extensa jam que lo concluye. En otro orden de cosas, marca el inicio de la colaboración de Billy Preston con el grupo; aquel teclista, arreglista y compositor que con el correr de la década pasaría a ser, prácticamente y con permiso de Ian Stewart, el sexto stone (la tesitura desde luego no era nueva para él, que venía de ser el quinto beatle)

 "You Gotta Move", fiel incursión en el cancionero de "Mississipi" Fred McDowell, cierra la primera cara del largo. Generosa en slides, cumple una función similar a la que"Love In Vain" tenía en "Let It Bleed", esto es: Un momento raunchy, un tributo a sus raíces realizado sin -aparentemente- muchas pretensiones, con la banda disfrutándose a tope y sin artificios.

 "Bitch" retoma el pulso eminentemente rock and roll que cohesiona el album, y, al igual que el tema que abre la cara precedente, puede jactarse de poseer una crujientes guitarras y un jugoso saxofón (cortesía, una vez más, de Bobby Keys) que bordan uno de los momentos más innegociablemente vacilones del trabajo. Le sigue, palabras mayores, la solemne "I Got The Blues", exquisito retorno, madurado eso sí, a aquella faceta soul que antaño menudeaba en su producción y que parecía algo diluida en sus últimas entregas. El folk y una sucinta lisergia envuelven la enigmática "Sister Morphine", que por mucho que Jagger se empeñe en aclarar que narra las desventuras de la desdichada víctima de un accidente, será asociada Ad Aeternum a la crónica de una adicción en primera persona.

 Llega el turno de uno de los highlights indiscutibles del disco, me refiero, claro está, a la colosal "Dead Flowers": Continuación, y quién sabe si culminación, de la senda country abierta por el grupo tiempo atrás, seriamente acentuada por la simbiosis establecida entre Gram Parsons y la banda. Exquisita, con un Jagger rezumando chulería y poseedora de unos versos sencillamente impagables ("Well when you're sitting back in your rose pink Cadillac/Making bets on Kentucky Derby Day/I'll be in my basement room, with a needle and a spoon/And another girl to take my pain away" Charm, mucho charm hay que tener para poder cantar esos versos sin exponerse al ridículo). "Moonlight Mile", dotada de una irresistible cualidad onírica, rayana al preciosismo, se encarga de poner el punto y final a una obra depositaria de una leyenda perfectamente justificada.

 Poco importaba que The Rolling Stones llevasen casi diez años en la pelea (una eternidad para los estándares de la época) Supervivientes de la primera british invasion, la cultura del single, la beatlemania y cuántos nubarrones tuvieron a bien cernirse sobre sus cabezas, la banda se encontraba en su mejor versión, capaces de facturar obras tan mágicas, míticas, místicas, lascivas, conmovedoras, concisas, evocadoras y poderosas como "Sticky Fingers". Y aún les quedaban algunas balas en la recámara.